Los seres humanos estamos hechos para ser independientes y autosuficientes. Si bien hay quienes, por su evolución y madurez emocional sienten que no pueden con sus vidas, en general las personas se sienten orgullosas de su capacidad para resolver problemas y afrontar retos por sí mismas.
Sin embargo, el día a día nos demuestra que en muchas ocasiones necesitamos ayuda, y aquí aparece que a muchos nos cuesta pedirla. Ya sea porque no queremos parecer débiles o porque tememos el rechazo, pedir ayuda puede ser una tarea desalentadora.
¿Por qué cuesta pedir a los demás? En este artículo veremos las cinco razones habituales y también encontrarás varias formas de superar esta limitación, con las herramientas que necesitas para hacerlo con confianza.
LA IMPORTANCIA DE PEDIR AYUDA
Pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de fortaleza. Cuando pedimos ayuda, estamos reconociendo que necesitamos apoyo y que no podemos hacerlo todo solos.
Al aceptar este aspecto conectamos con nuestra humanidad y vulnerabilidad, ya que nos mostramos sensibles y con apertura para ser asistidos.
Y, por si no lo habías pensado, pedir ayuda no sólo es bueno para nosotros, sino también para las personas a las que se la pedimos, porque les da la oportunidad de compartir sus conocimientos y habilidades y de sentirse valorados y apreciados.
Sin embargo, hay varias razones por las que a mucha gente les cuesta pasar a la acción, y prefieren quedarse en una “híper-independencia” que, al final, puede hacerlos sentir solos y aislados de su entorno:
1 – Miedo a la vulnerabilidad y a ser juzgado
La mayoría de la gente tiene miedo de ser y de mostrarse vulnerable, de descubrir las debilidades e imperfecciones. No quieren que los demás piensen mal o les juzguen duramente. Sin embargo, este miedo puede ser perjudicial para el bienestar mental y emocional, porque te lleva al aislamiento, la ansiedad por la dependencia que genera, e incluso a síntomas de depresión. Es importante darte cuenta de que ser vulnerable no es una debilidad, sino una fortaleza que te humaniza.
2 – Miedo a ser una carga
También existen personas que no quieren molestar a los demás ni quitarles tiempo ni energía. De sólo pensarlo se sienten culpables, y asumen que deberían arreglarse solos. Sin embargo, esta mentalidad puede tener algo de errónea, porque todos necesitamos ayuda de vez en cuando y no pasa nada por pedirla. Es importante recordar que las personas que se preocupan por nosotros quieren ayudarnos; no se trata de que les obligues, sino que asumen su rol de amigos, familia, colegas y entorno cercano que se basan en vínculos afectivos de apoyo mutuo.
3 – Miedo al rechazo
Acaso el miedo más frecuente por el que no se pide ayuda, es el temor a ser rechazados. Asumiendo que el “no” es una posibilidad, está en igualdad con el “si”: es la famosa frase que afirma: “el no ya lo tengo”. Entonces, ve por el sí, para comprobar que la mayoría de la gente está dispuesta a ayudar si puede.
Por otra parte, recuerda que un rechazo no es un reflejo de la falta de nuestra valía o nuestras capacidades. Es simplemente una respuesta a una petición concreta y específica. No alude a tu persona como tal, sino a lo que, específicamente, estás pidiendo. Esta confusión entre la persona y el hecho es lo que hace sufrir a tantas personas cuando se sienten rechazadas.
4 – Miedo a perder el control
Las personas quieren sentir que están al mando de sus vidas, y, en algún sentido, tener la sensación de que tienen todo bajo control. Aquí aparece un pensamiento rumiante curioso: creen que pedir ayuda significa renunciar al control y admitir algún tipo de derrota o limitación personal.
Lo cierto es que no es posible tener el control absoluto de todo en la vida. Por lo que necesitamos aceptar que hay cosas que escapan a nuestro control y que pedir ayuda puede ser una buena forma de encauzar las situaciones.
5 – Mentalidad rígida
Las personas que tienen poca flexibilidad a los cambios y escaso registro emocional, suelen padecer más del miedo a pedir ayuda. No se permiten fallar, quieren mostrarse implacables y autosuficientes, lo que les puede llevar a un exceso de aislamiento del entorno. Incluso llegan a expresarse torpemente, por no saber pedir, aunque suelen ser predispuestas a brindar asistencia a otros, ya que, de esta manera, refuerzan su sentido de “yo puedo con todo”.
Para superar estas barreras es necesario plantearse un cambio de mentalidad. Aquí tienes algunas claves breves que te guiarán por este proceso:
Empieza de menor a mayor: para superar el miedo a pedir ayuda, tenemos que practicar. La sugerencia es que empieces paso a paso, con aspectos menores, y puedas aumentar los pedidos hacia aspectos mayores cuando lo sientas necesario. Puedes pedir un consejo, ayuda en tareas cotidianas, una referencia de un doctor, o cualquier otro aspecto que consideres apropiado.
Deja de centrarte en ti: empieza a integrar a los demás como una sólida red de apoyo mutuo.
Toma consciencia de la disposición que existe: la mayoría de las personas estará dispuesta a ayudarte; porque en ese dar y recibir se produce algo virtuoso, que es la conexión y el soporte mutuo.
Da la oportunidad a los demás de sentirse útiles: Se trata de contribuir y permitir que se sientan agradecidos de poder tender una mano.
Prepárate para el “no” de antemano: Lejos de derrumbarte, los no pueden ser los grandes fortalecedores de tu vida, si aprendes a superarlos. Porque hay muchos “sí” esperándote de aquí en más, y muy posiblemente, en el pasado de tu vida.
Practica la apertura y sinceridad: una gran clave es que seas abierto y honesto con las personas a las que pedimos ayuda, y estar dispuestos a corresponder cuando ellas nos pidan ayuda. En la reciprocidad se da la grandeza de los vínculos.
Agradece: el sentido de gratitud es fundamental para que las personas sientan su reconocimiento de tu parte. Una sola palabra basta para expresarlo, y así, dejar las puertas abiertas de ambas partes para apoyarse mutuamente.
Está claro que lograr ser independientes en nuestras acciones, pensamiento y toma de decisiones puede ser lo acertado para desarrollar más autoconfianza, liderazgo interior y formas de vida que no dependan de otra gente.
Ahora, ser híper-independientes es otra cosa. Se trata de personas que llevan al extremo su sentido de independencia, y que, en muchos casos, producen efectos no tan positivos para sí.
En general, postular una independencia que no considera a los demás alrededor, se relaciona con un tipo de mecanismo de defensa que se crea como protección ante lo que pueda ser una fantasía de un eventual daño, sufrimiento o rechazo.
Por eso las personas híper independientes tienen mucho temor a pedir ayuda; y siempre dan respuestas como “Puedo solo/sola”, “No me hace falta nada” o “Yo me las arreglo por mi cuenta”.
En su justa medida, estas decisiones no encierran nada perjudicial. El asunto es cuando esa persona se aísla, o cae en la omnipotencia de considerarse a sí misma como todopoderosa y que puede afrontar en total soledad todas las circunstancias que se le presentan.
La realidad del mundo es que somos interdependientes: por lo general, todos dependemos de los demás, de alguna u otra forma, aunque no seamos conscientes. Por ejemplo, no cosechas todos los alimentos que consumes, o no hilas la materia prima de la ropa que vistes. Dependes de otra parte que sí lo hace.
LA RENUNCIA A TODA FORMA DE APEGO
Bajo una supuesta renuncia al apego que generaría el pedir ayuda o poder contar con la colaboración de alguien más, lo cierto es que en muchos casos las personas se sienten extenuadas por ese deber ser que han instituido en su vida.
Esto influye no solamente en sus relaciones de familia, amistad y profesionales, sino que incluso puede presentar dificultades en vínculos de pareja.
El psicoanalista inglés John Bowlby es uno de los que ha formulado algunos postulados sobre el apego, afirmando que aquellos vínculos iniciales de la infancia con las personas cuidadoras primarias, van generando modelos internos operativos que se mantienen a lo largo de su vida.
Según su teoría, la fase de apego aparece entre los seis u ocho meses, y dura dependiendo del tiempo que lleve la fase de formación, que se extiende aproximadamente hasta los dos años de vida.
En esa primera etapa de la infancia se forma un vínculo de fuerte apego con quienes se encargan del cuidado del bebé. Esa relación influye en forma determinante sobre la maduración afectiva en la adultez.
Cuando el niño o niña no tiene contención por parte de quien haya asumido el rol del cuidado, o si esa relación fracasa por no saber interpretar o apoyar lo que se necesita en ese primer tiempo de vida, se crea un falso yo. Esto significa que se va a ocultar el propio yo como medio de protección, y mostrará actitudes y comportamientos ante quien cuida, que justamente son los que esas personas desean ver.
En síntesis, es una manera de adaptarse a la realidad que vive; por eso busca la salida de protegerse frente a lo que interpreta como incomprensión, abandono u otros sentimientos que le producen emociones encontradas.
Por Daniel Colombo (El autor es Facilitador y Máster Coach Ejecutivo especializado en CEOs, alta gerencia, profesionales y equipos; comunicador profesional; conferencista internacional; autor de 30 libros).