Gestión – Por EMILIA PEZZATI Y ESTEFANÍA MARTÍNEZ.
Sabemos cómo construir edificios, hospitales, viviendas y grandes obras de infraestructura… ¿y cómo construimos espacios de trabajo más seguros, diversos e igualitarios? La Escuela de Gestión de la Cámara Argentina de la Construcción presenta una guía con preguntas y respuestas para acompañar a las empresas en el recorrido que implica la respuesta a esta pregunta.
Son las 7:30 AM y está todo listo para comenzar una jornada de trabajo en la obra. Cerca del obrador se escucha de fondo una pregunta que deja entrever los prejuicios que están empezando a desarmarse: “¿Y por qué una mujer no podría manejar esa retroexcavadora?”. Las respuestas (y opiniones) son tantas como personas en el obrador. Algunas rígidas, otras más abiertas, las distintas voces se hacen eco de las conversaciones que están llegando al sector de la construcción. La perspectiva de género ha llegado a la obra. De forma mandatoria dados los requisitos de fuentes de financiamientos internacionales, pero también por convicción en muchos casos y hasta por necesidad, en tantos otros.
Si bien el término género ya es parte de las agendas públicas, privadas y del tercer sector, la industria de la construcción está comenzando a dar sus primeros pasos en esta agenda, como temática social, global y vinculada al desarrollo, esta no podía estar fuera de las esferas de interés de este sector.
La definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es sintética y clara: “El género se refiere a los roles, las características y oportunidades definidos por la sociedad que se consideran apropiados para los hombres, las mujeres, los niños, las niñas y las personas con identidades no binarias”. Esta definición pone en el centro a la sociedad como constructora del género. Para algunas personas, esto puede sonar a una obviedad, para otras, una provocación. Esto último no debería sorprendernos.
Hasta hace no tanto, como sociedad entendíamos al género y al sexo como una misma cosa, indisociable, como un hecho único y unidimensional, como si fuera natural que por nacer con ciertas características biológicas se correspondieran determinados comportamientos. El mundo se dividía (y aún lo hace, en gran medida) en masculino y femenino como categorías con atributos diferenciados y relacionales entre sí. Un sistema binario en el que sexo biológico, identidad de género y orientación sexual se asumen como alineados. Si bien estas relaciones y expectativas varían según los contextos, se reproducen y mantienen a lo largo de la historia y las latitudes, así como las desigualdades que esta división conlleva. Sobre la base de estas diferencias, mal pretendidamente “naturales”, se ordenan las trayectorias de vida de las personas, lo que implica, además, que quienes no respondan a estos atributos sean objeto de estigmatización, discriminación y violencia.
Es esto lo que está siendo cuestionado y quiere ser transformado a escala global. Los actores que potencian esta transformación son variados: la Organización de las Naciones Unidas (ONU) desde sus inicios, las normas nacionales e internacionales desde mediados de siglo XX, los movimientos feministas desde la Revolución Francesa, las grandes empresas ya desde hace algunas décadas. Hablamos de un derrotero que no es lineal ni constante. La construcción hoy pasa a ser un pilar más (uno fundamental) dentro de este rumbo.
A pesar de los avances en materia de derechos humanos y equidad, las mujeres y LGBTIQ+ siguen siendo objeto de discriminación, subvaloración, exclusión y distintos tipos de violencia, desde las situaciones más invisibles a las más extremas y en múltiples espacios de la vida cotidiana. Si queremos comenzar a descubrir por qué este tipo de desigualdades e injusticias existen y se continúan reproduciendo en el tiempo es importante comprender y cuestionar aspectos de la realidad social que muchas veces consideramos “obvios” y “naturales”.
Se entiende, entonces, por perspectiva de género al ejercicio de cuestionar los estereotipos y visibilizar las diferencias entre varones, mujeres y diversidades que aparecen como “naturales”, reconocer el origen histórico y social de estas diferencias y las relaciones de poder que se dan entre los géneros. La adopción de la perspectiva de género manifiesta la voluntad de conseguir la igualdad real entre varones, mujeres y diversidades.
EL GÉNERO, ¿COSA DE MUJERES?
Si hablamos de perspectiva de género, uno de los conceptos fuertes a trabajar es el de la masculinidad. La fortaleza física, el deseo sexual activo, la heterosexualidad, el ser proveedor y autosuficiente son algunos de los mandatos asignados a los varones que están muy presentes en ámbitos tan masculinizados como el de la construcción.
Así de rígidos como los de las mujeres, estos mandatos establecen las formas de comportamiento aceptadas y válidas, por ende, también las discriminaciones y dificultades para quienes no responden a ellas. Un hombre que no provee, que no responde al mandato de la heterosexualidad, con poca fuerza, ¿qué lugar tiene en la obra? Frente a esto surge el concepto de masculinidades, escrito en plural, que busca integrar a todas las maneras posibles de ser varón, reconocer y cuestionar los privilegios y también los costos de la “masculinidad” como mandato.
Este análisis y conceptualización de la masculinidad es una gran parte del camino de transversalización de la perspectiva de género en el ámbito de la construcción, penando en las expectativas que ponemos sobre los varones. Nos abre la posibilidad de conocer y vincularnos no desde las etiquetas y mandatos, sino desde las particularidades de cada persona.
HABLAMOS EL MISMO IDIOMA
Desandar prejuicios y sesgos no es tarea fácil. Se necesita construir un marco de trabajo común, firme y sostenido. Estamos hablando de ideas naturalizadas, con las que fuimos criados y criadas y nociones que fueron reforzadas a lo largo de toda nuestra vida. Los estereotipos están siempre presentes y refuerzan la desigualdad entre los géneros de manera sistemática, sosteniendo la jerarquía de “lo masculino” sobre las mujeres y el colectivo LGBTIQ+. Identificarlo es el primer paso.
Lo vemos, por ejemplo, en el lenguaje (con el uso del masculino genérico), la familia (en el reparto de tareas de cuidado), la educación y el trabajo (en la elección de áreas o actividades “para varones” y “para mujeres”), los puestos de poder (donde los varones siguen siendo mayoría), las violencias de las que mujeres y diversidades son objeto, entre otros.
El abordaje de acciones de transversalización concretas y efectivas solo puede realizarse de manera colaborativa. Es por eso que la Escuela de Gestión de la Construcción elaboró, junto a sus docentes de “Perspectiva de Género”, una guía en el marco de la cooperación en temas de género entre el Ministerio de Obras Públicas, la Cámara Argentina de la Construcción y la UOCRA.
Se propone, de esta manera, sentar fundamentos y un marco conceptual y normativo común, para dejar de lado las opiniones y basarnos en hechos, normas y definiciones. Se elaboró a partir de la serie de Cuadernos de Formación del Ministerio de Obras Públicas de la Nación “Ley Micaela: Géneros y Diversidad, hacia la construcción de espacios de trabajo igualitarios e inclusivos”, elaborados en el año 2021. Este documento incorpora, además, algunos ejemplos y experiencias trabajados durante el curso de “Perspectiva de Género en empresas constructoras”. Se trata de una guía breve, de libre descarga, disponible en formato digital y en papel, en donde se proporcionan fundamentos, marcos normativos y herramientas prácticas para avanzar en la transversalización de género en las empresas constructoras.
La guía también aborda los marcos normativos que respaldan la perspectiva de género en el ámbito laboral, como la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, el Convenio 190 sobre Violencia Laboral de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y la Ley de Identidad de Género. Estas leyes y otras normativas establecen la obligación de las empresas de garantizar un ambiente de trabajo libre de violencia y discriminación, y promover la igualdad de oportunidades y condiciones laborales para mujeres, hombres y diversidades.
En cuanto a las herramientas prácticas, se incluyen estrategias para su abordaje y la organización de acciones sobre la base de dimensiones para que las empresas puedan evaluar su compromiso con la perspectiva de género. ¿Cuenta la empresa con una política de igualdad de género y diversidad? ¿Cómo se realizan las contrataciones y ascensos? ¿Se brinda capacitación en perspectiva de género a todas las personas de la empresa? ¿Posee un protocolo de actuación frente situaciones de violencia de género? Estas preguntas pueden servir como punto de partida para identificar las áreas en las que la empresa necesita profundizar sus prácticas, políticas y cultura organizacional desde una perspectiva de género.
Esta guía es un ladrillo más en esta construcción, una voz en las conversaciones que se dan en el obrador. Sabemos que ninguna capacitación, código o protocolo resolverá algo que viene siendo parte de nuestra sociedad desde hace tanto tiempo, pero sí podrá generar espacios de trabajo más inclusivos, menos desiguales y, también, más productivos. Aunque los cambios no sean lineales y abran siempre nuevos debates y complejidades, tenemos algunas certezas: la perspectiva de género no es cosa de mujeres.
LAS AUTORAS SON (POR ORDEN) DISEÑADORA INDUSTRIAL (UBA), ESPECIALISTA EN GESTIÓN DE LA TEC. Y LA INNOVACIÓN, (UNLU), DOCENTE DE LA UBA, UDESA y EGC; Y SOCIÓLOGA (UBA), ESPECIALISTA EN PROYECTOS DE INFRAESTRUCTURA PÚBLICA URBANA Y RURAL, Y DOCENTE DE LA UNTREF y EGC.