¿Qué pasaría si alguien te dijese que tu trabajo no es tu trabajo? A priori, podría sonarte una pregunta rara y, desde ya, no es capciosa. Si creés eso, te animo a seguir leyendo para continuar con la idea. Mi intención es invitarte a reflexionar.
Primero, te pido que te detengas hasta acá y te respondas esa pregunta: ¿cuál es tu trabajo? Si ya lo hiciste, podés continuar el desarrollo del concepto. Al finalizar este artículo veremos si, efectivamente, eso que pensaste es tu trabajo o, por el contrario, descubrirás que, hasta hoy, no sabías realmente cuál era. Pero no porque lo diga yo, sino porque estás próximo a develar algo en lo que, tal vez, nunca te habías puesto a pensar.
¿CUÁL ES TU TRABAJO?
Para comenzar, me gustaría introducirte con un ejemplo. Si yo te preguntara: “¿Cuál es el trabajo de un profesor?”, es probable que respondas que su labor se basa en enseñar. Eso es lo que la mayoría de la gente piensa y, de hecho, eso es lo que está mal. Porque el trabajo de un profesor no es enseñar. Te parece raro, ¿no? Pero dejame explicarte la idea y, así, podrás ver hacia dónde estoy yendo.
¿Cuál es el objetivo de enseñar? “Ayudar a que el otro aprenda”, que no es lo mismo que enseñar. Un profesor puede estar todos los días enseñando, pero si los estudiantes no incorporan ese aprendizaje, su trabajo no estará logrado. Lo que determina si tiene o no éxito en eso que hace es cuando la otra persona logra hacer efectivo e internalizar ese aprendizaje. Entonces, ¿cuál es el propósito del trabajo de un profesor? Ayudar a que la persona aprenda.
Vamos a continuar con otro ejemplo. Si pensás en un equipo de fútbol, ¿cuál es su objetivo? Lógico: ¡ganar! Ahora bien, si te pregunto cuál es el trabajo del arquero, es probable que respondas: “Fácil, ¡atajar!”. Porque para poder ganar un partido hay que evitar que el equipo contrario haga goles. ¿Y si pensamos en los defensores? Contestarás: “Defender el área”, porque para poder ganar se debe evitar que los jugadores del equipo opuesto ingresen en tu área y conviertan goles. ¿Y los delanteros? Lo esperable sería responder que su trabajo es meter goles. Pero no, no es así. Entonces, ¿cuál es la tarea principal de cualquier jugador del equipo?
El trabajo de todos y cada uno de los jugadores es, ni más ni menos, ayudar a que el equipo gane el partido. La forma en la que van a lograr que eso suceda es el rol que estarán llevando a cabo. De esa manera, el arquero ayuda a su equipo a ganar atajando las pelotas; los defensores ayudan a su equipo a ganar defendiendo el área y, finalmente, los delanteros ayudan a su equipo a ganar convirtiendo goles.
Y ahora surge otra pregunta: ¿cuál es la diferencia en cada uno de ellos? Que, a pesar de ejercer distintas acciones, ¡todos persiguen un objetivo común! Todos deberán contribuir a que el equipo logre alcanzar esa meta, independientemente de cuáles fueran sus roles dentro de la cancha.
Probablemente, más de una vez, le comentaste a alguien a qué te dedicabas y, si seguían indagando sobre en qué se basaba tu trabajo, enumeraste o describiste las tareas que llevabas a cabo.
¿QUIÉN CONOCE SU TRABAJO?
La mayoría de las personas desconocen su verdadero trabajo, porque no conocen el objetivo principal de este. Si le preguntásemos a un albañil, a un maestro mayor de obras o a una arquitecta cuál es su trabajo, lo que nos podrían describir son sus roles. El verdadero trabajo de estas personas, por más que habiten diferentes sectores dentro de un mismo sistema, es el objetivo que persiguen; es decir, ayudar a llevar a cabo la misión de la compañía u organización a la que pertenecen.
Me gustaría compartirte este pequeño cuento para seguir reflexionando al respecto:
Un transeúnte se detuvo ante una cantera en la que trabajaban tres compañeros.
–¿Qué hacés, amigo? –le preguntó al primero.
Y este respondió, sin alzar la cabeza:
–Me gano el pan.
–¿Qué hacés, amigo? –le preguntó al segundo.
Y el obrero, acariciando el objeto de su tarea, explicó:
–Ya lo ves, estoy tallando una hermosa piedra.
–¿Qué hacés, amigo? –le preguntó al tercero.
Y el hombre, alzando hacia él unos ojos llenos de alegría, exclamó:
–Estamos edificando una catedral.
En realidad, los tres estaban realizando el mismo trabajo. Los albañiles que construyen desde los cimientos no se dedican a colocar un ladrillo arriba del otro, o a preparar el material que colocarán luego en las rutas. Esas personas hacen tareas que los trascienden. Ayudan a construir las escuelas que formarán las generaciones del futuro, los caminos que conectarán a las personas más allá de las distancias, serán los encargados de hacer que muchos cumplan su sueño de tener una vivienda. Es decir, eso que llevan a cabo tiene un potencial más importante del que, puede, le estén dando.
Lo maravilloso de esta concepción es que posibilita a las personas visualizar, de una manera más integrada, qué acciones les conviene o no seguir realizando para el logro de ese objetivo final. Pues, desde allí, pueden ver qué los acerca o qué los aleja.
UN MEDIO PARA ALCANZAR LOS FINES
Si nuestra mirada ya no está conectada con el mero rol, sino con esa visión compartida, podremos articular de una manera eficiente y eficaz, no solo los recursos que tendremos disponibles –económico, materiales, tiempo, independientemente del área a la cual pertenezcamos–, sino las energías que estaremos invirtiendo en ello.
Desde este paradigma y abordaje de la concepción del ámbito laboral como un sistema donde todas y cada una de sus piezas son fundamentales para su óptimo funcionamiento, es necesario reflexionar sobre lo que se está haciendo dentro de una organización, pues generalmente se suelen confundir las actividades laborales, que solamente representan un medio para alcanzar los fines, sin descubrir el beneficio y la trascendencia que tiene lo que se hace para la misma.
¿Alguna vez escuchaste a alguien decir: “Esto no lo hago porque no corresponde a mi trabajo”? Si así fuera, ¿qué pensaste al oírlo? Técnicamente, ese comentario no debería sonar nada raro o extraordinario, si entendemos que es un indicador de “vacío comunicacional” por parte de los que se encargan de articular y llevar adelante la –tan necesaria– estrategia comunicacional dentro de una organización. Es decir, que es la evidencia de que aún no se logró transmitir de manera efectiva, al conjunto de colaboradores que conforman dicho sistema, cuál es el propósito de la empresa.
Eso sucede cuando las personas que habitan los distintos sectores en la compañía desconocen, sin importar la cantidad de años que lleven en ese lugar, los principios desde los cuales esta se rige. Cuando eso ocurre, cuando no se comunica el propósito, cuando no se logra transmitir y alinear los esfuerzos de las tareas con la misión de la organización; cuando las personas no consiguen cocrear una visión compartida, comienzan a visibilizarse las individualidades e intereses propios.
Aquellas personas que no sean inspiradas por sus líderes en términos de “para qué es importante lo que hago”, se encargarán de buscar sus propias razones, recurriendo a sus motivaciones más profundas –entiéndase, satisfacer necesidades básicas, dinero, reconocimiento, autorrealización, etc.–. Y estas son tan diversas y complejas que eso va a alejar al individuo de la noción de trabajo en equipo, de objetivo común y de colaboración conjunta.