Las organizaciones ya no buscan solo profesionales con un alto coeficiente intelectual, también procuran que tengan un alto coeficiente emocional, con gran adaptación al cambio.
El antiguo paradigma del liderazgo sostenía que las emociones no eran importantes, se creía, incluso, que podían ser peligrosas y que expresarlas era señal de inmadurez. Por eso los buenos líderes eran quienes podían dejar de lado las emociones. Un paradigma que aún existe en muchas organizaciones.
Hoy, la neurociencia ha demostrado todo lo contrario: el estado emocional de los líderes influye directamente en el estado de ánimo de sus colaboradores y hasta determinan su rendimiento. Entendiendo esto, podemos darnos cuenta de que nuestro estado emocional como profesionales que lideramos equipos influye de manera directa sobre el clima que se va creando y que repercute directamente sobre el rendimiento y la emocionalidad del grupo.
LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y EL LIDERAZGO
El liderazgo que uno ejerce en su vida, ya sea dentro de una familia, una asociación, un equipo, una empresa, solo puede ser efectivo si nace de un autoliderazgo. Cuando uno es dueño de su vida, íntegro y coherente, puede ejercer influencia sobre otros, transmitir autoridad, inspirar y aportar valor. Así lo han demostrado los grandes líderes de la historia, personas que tenían clara la afirmación de Gandhi: “Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”. Porque si uno busca un cambio del “afuera” sin empezar dentro de sí, avanzará por poco tiempo y con escasas fuerzas. Por el contrario, cuando la fuerza viene de dentro, arrasa fuera con todo su impulso y perdura en el tiempo.
En ese sentido, la inteligencia emocional (IE) es el conjunto de habilidades vinculadas a las emociones y sentimientos: la capacidad para conectar con nuestras emociones, de gestionarlas, de automotivarnos, de controlar los impulsos, tolerar frustraciones. Las habilidades emocionales se aprenden y se pueden desarrollar. Según Daniel Goleman, psicólogo estadounidense que ayudó a popularizar la IE, hay cinco elementos principales de la inteligencia emocional en el liderazgo:
Autoconciencia: es la habilidad para identificar las propias emociones cuando suceden y percibir cómo influyen en nuestro actuar. Tiene que ver detenemos frente a lo que sentimos, diferenciar una emoción de otra, ponerle nombre, preguntarnos por su origen, revisar la forma en que las expresamos. Se logra a través de un diálogo-interrogatorio interior: ¿cómo me siento? ¿Por qué me siento así? ¿Cómo estoy manifestando lo que estoy sintiendo?
Socialización emocional: generalmente, pensamos en lo que haremos, en algo que ya pasó, pero hay un flujo de emociones que corren paralelo al pensamiento: siempre estamos sintiendo algo, pero, por lo general, no lo detectamos hasta que estos pasan por la percepción. Así que esperamos que nuestros sentimientos vengan a nosotros y nosotros no vamos a ellos. Si somos conscientes de nosotros mismos y sabemos cómo nos sentimos, sabremos cómo nuestras emociones y acciones pueden afectar a las personas que nos rodean. Si pensamos en nuestra profesión, es estar atento a cómo nuestras emociones afectan nuestros vínculos laborales (equipo, clientes, socios, jefes, etc.). Ser consciente de uno mismo cuando se está en una posición de liderazgo también significa tener una imagen clara de las fortalezas y debilidades, y significa comportarse con humildad (autoestima).
Autorregulación emocional: es la capacidad para administrar nuestros estados emocionales con intenciones de adaptación, busca el equilibrio entre el pensar, el sentir y el actuar. Implica conocer, comprender y controlar. Consiste en un difícil equilibrio entre la impulsividad y la represión. Si aprendimos a reconocer las propias emociones, a partir de allí podemos regularlas. Lo primero es ser consciente de nuestros impulsos. Por ejemplo: cuando el enojo nos hace reaccionar violentamente, debemos preguntarnos: ¿por qué estoy enojado? ¿Vale la pena enojarme por esta razón? En el preciso momento que sentimos el impulso, tenemos que detenernos y observarnos como si nos viéramos a través de una ventana. Podemos preguntarnos qué sentimos en ese momento. Cuando nos damos cuenta de lo que estamos sintiendo, le ponemos nombre a cada emoción y la aceptamos, surge la energía necesaria para frenarla y reencauzar dicho impulso en una expresión más saludable (dialogar, escribir, hablar, etc.). Tampoco es saludable frenar el impulso y no hallar ninguna forma de expresarlo. Los líderes que se autorregulan de forma eficaz no atacan verbalmente a otros ni toman decisiones apresuradas o emocionales. Tampoco consideran a las personas como estereotipos ni comprometan sus valores. La autorregulación es lo que ayuda a mantener el control.
Automotivación: el darse las razones, el impulso, el entusiasmo e interés para alcanzar una determinada meta es el influir sobre uno mismo. Preguntarse para qué estamos haciendo lo que estamos haciendo, qué sentido tiene. La mirada optimista influye mucho en la automotivación, el focalizarse en los aspectos positivos de la vida y minimizar los negativos, el ver más las posibilidades de la realidad que sus límites. El optimismo se desarrolla en la medida que reemplazamos los pensamientos negativos por positivos. Lo primero es reconocer aquellas ideas negativas que más predominan en nuestro pensamiento y preguntarnos su origen; eso nos ayuda a que pierdan fuerza, ya que muchas veces surgen del miedo. Luego, hay que reemplazarlas por ideas positivas y darles fuerza pensando claramente en el para qué; cuando tengamos claro ese objetivo será más claro pensar las acciones para alcanzar dicho destino. Los líderes motivados trabajan de forma constante hacia sus objetivos y tienen estándares muy altos para la calidad de su trabajo.
Empatía: es ponerse en el lugar del otro imaginariamente para entender lo que siente, ser capaz de captar una gran cantidad de información sobre la otra persona a partir de su lenguaje no verbal, sus palabras, el tono de su voz, su postura, su expresión facial, etc. Y sobre la base de esa información, poder saber lo que está pasando dentro de ella, lo que está sintiendo. Para nuestro liderazgo, es clave poder reconocer qué sienten y qué les está pasando a nuestros colaboradores. Los líderes con empatía ayudan a que las personas de su grupo o equipo se desarrollen, desafían a otros que están actuando injustamente, dan una retroalimentación constructiva y escuchan a los que lo necesitan.
La empatía comprende distintas aptitudes emocionales, como comprender a los demás, percibir los sentimientos y perspectivas ajenas, e interesarse activamente por sus preocupaciones; ayudar a otros a poder desarrollarse, percibir sus necesidades y contribuir a generar e impulsar el desarrollo de sus capacidades; valorar la diversidad y ver las oportunidades que nos brindan otras visiones, comprender a los demás.
La empatía es una parte fundamental de una persona porque favorece el desarrollo emocional, permite centrarse en lo que hay alrededor en lugar de focalizar la atención en sí mismo; mejora las relaciones sociales y las interacciones son más ricas, con vínculos más fuertes; contribuye a la socialización y es clave para ser reconocidos por los demás y para una sana autoestima.
HABILIDADES SOCIALES
Los líderes que dominan las habilidades sociales de la inteligencia emocional son grandes comunicadores. Son igual de abiertos a escuchar malas como buenas noticias. Además, son buenos en la gestión del cambio y en la resolución de conflictos. ¿Algunas habilidades comunicativas? Saber interpretar con gran precisión el lenguaje no verbal de los demás; percibir, a través del tono de voz, lo que siente su interlocutor; capacidad de escucha, mirar a los ojos cuando se dialoga, prestar atención a lo que expresa el interlocutor; brindar un buen trato: conductas amables, simpáticas, cortesía; tener sentido del humor, que genera un clima alegre y descontracturado (no confundir con el humor irónico o con la burla, que tensionan).
En la comunicación, el lenguaje verbal solo tiene el 7% de impacto, mientras que el lenguaje corporal el 55% y el tono de voz el 38%. Es decir, no es tanto lo que digamos, sino cómo lo digamos. La comunicación asertiva es un arte que pocos tienen. Y como profesionales y líderes es importante ser grandes comunicadores.
El desarrollo de habilidades sociales nos permite: capacidad de brindar confianza y seguridad, generar un clima de confianza y seguridad que hacen sentir bien a las personas con las que interactuamos; adaptabilidad a la diversidad, facilidad para relacionarnos con personas de diferentes culturas, edades, pensamiento, entendiendo la diversidad como una gran oportunidad de crecimiento; manejo de conflictos, ser un mediador cuando hay algún conflicto entre las personas del ámbito donde nos movemos; generar vínculos sanos entre las personas; habilidades para trabajar en equipo
A lo largo de nuestras carreras, en general nos han formado desde lo racional, hemos incorporado fórmulas, procedimientos, conceptos que seguramente han sido importantes y claves para nuestro desarrollo. Hoy, las organizaciones nos están pidiendo que tengamos la capacidad de incorporar otras herramientas como profesionales, por ello es necesario trabajar en nuestro desarrollo emocional.
Por LEANDRO GONZÁLES BARBERO (EL AUTOR ES MAGISTER EN COACHING Y CAMBIO ORGANIZACIONAL (USAL) – POSTGRADO EN DIRECCIÓN ESTRATÉGICA DE RR. HH. UNIV. CATÓLICA DE CÓRDOBA) – POSTGRADO EN INTELIGENCIA EMOCIONAL (U. DE BELGRANO). DOCENTE UNIVERSITARIO Y SPEAKER).