Pensar las ciudades y sus espacios como lugares que promuevan el desarrollo humano es un desafío para un futuro que se construye con las acciones de hoy. Las grandes ciudades como Córdoba, Rosario o el conurbano bonaerense, tuvieron un incremento de asentamientos, villas y barriadas donde las condiciones de vida quedaron atrapadas en muchos casos por la violencia y el narcotráfico.
La advertencia desde muchos sectores de la necesidad de cambiar el entorno para conseguir condiciones de vida que fomenten el desarrollo de sus habitantes, convoca a actores públicos y privados. Cabe mencionar, a modo de ejemplo, uno de los indicadores del informe “Deudas Sociales en la Argentina del Siglo XXI (2004-2024)”, que muestra que a partir de 2018 no se observan mejoras en relación al acceso a la red de agua corriente que ese año registró un 10,8 por ciento de los hogares sin conexión a 10,8 por ciento en 2024. En el mismo período “las mejoras en el acceso a la red cloacal tendieron a ser más moderadas”, pasando del 29,0 por ciento de los hogares sin conexión a un 28,2 por ciento en el año en curso. Ante este panorama, El Constructor dialogó con Agustín Salvia, Director del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (UCA), para que nos otorgue una visión sobre los beneficios que tendría la inversión en infraestructura social en el país.
¿Cuál es la definición de la rentabilidad de la infraestructura social y la inversión en los ciudadanos?
Toda inversión en infraestructura social -en materia de condiciones de vida material-, que hacen, desde el acceso al agua, a los servicios, a la posibilidad de vivir en un ambiente saludable y en una comunidad en donde tenga espacios de recreación y de movilidad; generando una vivienda que no genera hacinamiento, sino capacidad de descanso y de comunicación familiar. Todos estos elementos que involucran la infraestructura social, también la comunicación o el transporte, se constituyen en una inversión para el desarrollo humano, para el desarrollo de capacidades humanas, y ese desarrollo genera una rentabilidad desde el punto de vista, no solo de mercados, sino de capacidad de producción la riqueza de valor agregado.
Me refiero a un valor material, tanto cuando uno está en un trabajo; como cultural en el espacio de la comunicación y de la vida social, de cómo uno produce un valor simbólico de comunidad de personas valores vinculados al campo de la cultura de la actividad el campo artístico o deportivo.
Toda inversión en infraestructura social es un puente para garantizar un más y mejor vivir para más personas, y esto implica poder desarrollar capacidades humanas, que si no las tienen, se ven limitadas las posibilidades de desarrollo de esas capacidades. Por el contrario, devienen procesos de parálisis y de pérdida en la capacidad de producción de riqueza, por lo tanto, son una desinversión incluso generacional o inter-generacionalmente.
¿Hay una comprensión en los ámbitos públicos y privados de lo que significa, y la dimensión o el impacto que tiene?
En materia de salud pública se avanzó mucho en tratar de crear condiciones favorables para el desarrollo, por lo menos de un estado sanitario básico: el acceso al agua y cloacas para toda la ciudad.
El campo del desarrollo de las políticas públicas significó desde el principio de los tiempos históricos -donde se desarrollaron las ciudades-, que la vida se sostuviera, que no se contaminaran y se enfermaran las personas. Entonces, creo que hay una conciencia en lo que respecta a la presencia de un conjunto de aspectos que debe prestarse en toda comunidad, urbana o rural, con un piso de servicios básicos. No obstante, no hay suficiente conciencia de que esa inversión en infraestructura social, no solo satisface la necesidad puntual, sino que significa una inversión que genera un plus de capital humano o desarrollo humano es post a este «gasto». Es decir, se piensa muchas veces como un gasto, cuando en realidad debería ser pensado como una inversión y de eso eso no tiene clara conciencia ni el espacio público ni el privado.
Diría que se tiene más conciencia del campo educativo, que se piensa como una inversión. Aunque en realidad, hacer escuelas y poner maestros no es la inversión, sino enseñar y generar aprendizajes. Por otro lado, a nivel de infraestructura social hay menos conciencia, más bien atienden demandas y necesidades básicas, cuando no se está pensando en un proyecto estratégico de cómo generar un mejor desarrollo humano.
¿Esto está vinculado a la población en situación de pobreza, sobre todo el 30% que está en esa situación de manera crónica?
En realidad, muchos de los servicios de infraestructura social, incluso para los sectores medios o medios profesionales, están garantizados. Eventualmente se van a vivir o a mudar o consolidar su vida o desarrollan su vida, un espacio en donde la infraestructura social es lo suficientemente adecuada para permitir tiempo libre, de recreación, de trabajo o lo que fuese.
Los segmentos más pobres están en esos espacios, justamente porque no pueden invertir en lugares relativamente más satisfactorios y enriquecidos, y obviamente están en una situación donde, no solo tienen bajo nivel educativo, trabajos precarios e ingresos muy bajos; sino que se tiene que convivir o vivir en un ámbito encarecido en materia de infraestructura social, y eso se consolida y se reproduce cristalizando situaciones de exclusión crónica o estructural.
Pensar que hace 40 o 50 años atrás, vivir en una villa o asentamientos o barrios populares era una transición para pasar a un barrio de inclusión, era un lugar de llegada donde estar un tiempo y después se producía un proceso de movilidad, no solo social, sino también residencial a mejores condiciones de vida.Esto desde tiempo ha dejado de ser así, y la villa o el asentamiento es un hecho, una reserva de concentración de personas con bajas condiciones de habitabilidad, un ámbito muy deteriorado en materia de servicios públicos y sociales.
Hay una estigmatización de las personas que van a poblar esas periferias como responsables del crecimiento de esas áreas, como si fuese una cuestión de voluntad y no en la falta de oportunidades que tuvo para acceder a esta movilidad habitacional, ¿qué nos puede decir sobre esto?
Así como hay una limitada conciencia del papel que cumple la infraestructura social como inversión en desarrollo humano, también de que la concentración de espacios de exclusión no tiene que ver con la voluntad de las personas, sino con las limitadas oportunidades que tienen las familias de poder generar un proceso de progreso y movilidad social; y que solo lo garantiza, no un crédito para acceder a una vivienda, sino que previo a eso, es necesario tener un trabajo que genere posibilidades de ahorro y de inversión.
No se espera que sea el estado el que construya la vivienda o te garantice el conjunto de los servicios sociales, sino que junto con el estado y una inversión pública que sin duda es necesaria en ese sentido, la propia familia tenga capacidad de ahorro y de invertir en mejorar su hábitat, la vereda, el jardín, los espacios públicos, pintar o ampliar su casa, en conectarse a la red eléctrica, a la de agua potable, de cloacas o de gas.
Todo esto implica tener capacidades económicas, que básicamente se genera en condiciones donde alguien que tiene un trabajo estable en el mercado y que sabe que va a poder pagarlo. O de conectarse, por ejemplo a una red de calefacción alternativa o solar, o por red eléctrica en materia de mediadores de solares, implica una gran inversión, que hoy es un lujo para segmentos medios que tienen interés en invertir en nuevas formas de producir y consumir energía, pero los sectores populares apenas pueden colgarse de la luz, eventualmente a veces calentar el agua.
Usted mencionó en el aniversario de CAMARCO que el país viene viviendo años de un proceso de destrucción y también como una posibilidad de oportunidad, ¿es así?
Creo que entramos en un ciclo de agotamiento, de fracasos, desde lo económico y lo político, que obligan a un cambio de rumbo. El emergente político actual es resultado, pero no necesariamente deviene de ahí lo nuevo.
Hay un fenómeno que es que algo falló, fracasó e instaló un sistema muy perverso de concentración de pobreza y distribución desigual de oportunidades bajo una especie de fantasía, de sueño de consumos cuando no era gratis, y eventualmente había que generar riqueza. Para eso hay que generar inversión y trabajo, y eso permite que se desarrollen políticas públicas sostenibles. Pero lo nuevo no está todavía en Argentina ni en el debate político, ni en la agenda política de este gobierno ni de la oposición.
La oportunidad acá es que, en realidad, estamos dando fin a lo viejo, pero todavía no se han abierto las puertas del debate público y democrático acerca del país que necesitamos y podemos tener en el futuro. Hay slogans pero no hay política de Estado, no hay acuerdos ni consensos todavía en materia de políticas de Estado, y creo que es un proceso que estamos madurando, que lo que estamos transitando ahora y hay que construirlo.
Recuerdo un plan de viviendas en Quitilipi Chaco construido hace unos 40 años que fue diseñado con un espacio común tipo plazoleta para compartir en comunidad, tiempo de juego, recreación o esparcimiento. Hoy quizás algo así ocurre en los barrios cerrados, ¿Es posible pensar que lo nuevo incluya más equidad?
Es algo del futuro, de lo que puede ser y de lo que podemos lograr. Pero para eso se va a requerir de un mejor Estado, uno que sea capaz de planificar y de coordinar con las fuerzas de la sociedad civil, con cámaras, sindicatos, actores sociales, la población y políticas acertadas en materia de oportunidades de vida alrededor de la infraestructura social y comunitaria.
Pensemos también que no es una cuestión del Estado nacional, sino que va a ser también de los estados provinciales o municipales. La articulación virtuosa entre el Estado, la sociedad civil y los mercados es algo que va a haber que potenciar, no desde la parte superior de la pirámide del poder, sino desde las bases, desde el poder local, del municipal y del provincial que están más cerca de la gente y con quien también va a haber más capacidad de coordinar sinergias de actores, de intereses y de voluntades que van a coadyuvar a mejorar las condiciones de vida. También se va a requerir que esos estados provinciales y municipales tengan mayor autonomía económica, que es parte de una reforma fiscal y financiera que va a ser importante encarar.
Finalmente, ¿cuál sería el rol de los constructores en ese futuro mundo nuevo?
Como agentes de mercado que son inversores en materia de producción de infraestructura, su papel de entender que, no solo consiguen o van a obtener un negocio -ya sea porque en el campo público en el campo privado lo pueden desarrollar-, sino que es muy importante entender que la función social que tiene como constructores de crear buenas y adecuadas condiciones de vida, lleva también un valor agregado, es decir, que haya interés y motivación en, no solo montar una obra, sino en que pueda fructificar en una mayor inversión en las capacidades de desarrollo humano de las personas, de las familias, de la comunidad donde van a realizarla.
Creo que ese es un plus que tienen que poner y que a veces no está, no es pedido por la sociedad, no hay demandas, no es lo que se solicita en el pliego cuando se abre un proceso de licitación; y lo deberían agregar los constructores como parte de su responsabilidad del país que viene, del país para el futuro, que es también un país en donde los inversores sean proactivos en la construcción de un mejor vivir.
Por Patricia Manni