Por SILVINA C. CARRIZO, GUILLERMINA JACINTO, PAOLA LORENZO Y SALVADOR GIL
Durante los próximos treinta años, se estima que en el mundo aumentará el uso de este servicio entre un 25% y un 70%, todo dependerá de la implementación o no de políticas adecuadas.
La disponibilidad de energía resulta fundamental para el desarrollo social y económico. Sin embargo, según la International Energy Agency (IEA), se estima que el 17% de la población mundial todavía no tiene acceso a la electricidad (1300 millones de personas), mientras que el 41% todavía usa leña para cocinar y calefaccionar sus hogares (2700 millones). Por su parte, en la Argentina, la mitad de la población tiene acceso al servicio de gas por red (22 millones de personas), casi 18 millones de personas utilizan gas licuado de petróleo (GLP) o gas envasado, y 1,4 millones de habitantes emplean leña para cocinar. En estos dos últimos casos, en su mayoría, se trata de residentes de áreas periurbanas o rurales. Casi un tercio de la población argentina se encuentra en situación de pobreza en ese sentido, es decir, carece de servicios energéticos adecuados.
Si bien el acceso a la energía es indispensable para el desarrollo social y económico, ello no representa un fin en sí mismo, sino un medio para satisfacer las necesidades vitales y de confort humano. Existe la expectativa generalizada de que es necesario tener acceso a redes de electricidad y de gas natural simultáneamente para lograr un abastecimiento satisfactorio de energía. No obstante, la viabilidad y sostenibilidad de estos servicios depende de factores sociales, culturales, técnicos y económicos que hacen a cada comunidad. Por distintos motivos, las dificultades para prestar estos servicios de forma satisfactoria se agravan en contextos de pobreza extrema, tales como asentamientos informales de la periferia urbana, por un lado, y poblaciones rurales dispersas, de baja densidad y poco consumo, por el otro.
El uso de energía renovable distribuida, combinado con electricidad de red o gas licuado envasado (GLP) y medidas de eficiencia energética, puede resultar más viable, económico y sostenible que la extensión de servicios de red. En las poblaciones de bajos recursos, que residen en viviendas precarias, con accesos de mala calidad a la electricidad, esto puede significar una disminución en los accidentes domésticos y en el consumo de combustibles. En las poblaciones rurales dispersas permitiría bajar los costos de infraestructura y abastecimiento, así como los efectos nocivos para la salud y el ambiente derivados del uso intensivo de la leña como combustible.
La utilización racional y eficiente de sistemas mixtos, como solar-GLP o solar-eléctricos, puede contribuir a una mayor inclusión social y a reducir emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), a un costo modesto o muy inferior al de instalar redes de gas natural. Por lo tanto, consideramos relevante el análisis de los modos más sostenibles y eficientes de suministrar servicios energéticos a poblaciones dispersas y de bajos recursos, haciendo foco en modos de cocción, calentamiento de agua sanitaria, iluminación y confort térmico. Estos sistemas disminuyen no solo la inversión en infraestructura, sino además los gastos en energía que los usuarios afrontarán en sus facturas.
A su vez, promueven el empleo y las posibilidades de desarrollo económico en la fabricación, instalación y mantenimiento de equipos solares. Pero también es importante la reducción de la dependencia del gas. Efectivizar su incorporación masiva contribuiría a mejorar la calidad de vida de poblaciones vulnerables.
Nuestro análisis de abastecimiento de energía en las poblaciones dispersas y de bajos recursos indica que el costo de los combustibles en ellas es relativamente más caro y difícil de conseguir que en los grandes centros urbanos. Asimismo, el empleo de la leña, que en el mundo y Latinoamérica es muy prevalente, demanda un gran esfuerzo físico y social con muchas consecuencias negativas para la salud. Aparte de generar deforestación y desertificación en los lugares donde esta práctica es habitual, en oportunidades, esa desforestación tiene impacto en el desarrollo de diversos animales domésticos que estas personas crían para su propia alimentación. En Argentina, la población que depende de la leña para cocinar es de unos 1,4 millones de personas, localizadas principalmente en el norte del país.
Casi un 42% de la población argentina usa como combustible el GLP. De aproximadamente el 30% de la población en condiciones de pobreza, la mayoría emplea GLP y leña para la cocción. Muchas personas en este segmento social carecen de acceso o cuentas con servicios de agua caliente sanitaria deficitaria; algo similar ocurre con la calefacción, la luz y otros servicios energéticos. Asimismo, el impacto relativo de los gastos de estas familias en energía es una fracción mucho más elevada que para el resto de la sociedad.